Regalos

Como te iba diciendo, estaba pensando en los regalos. Estaba pensando en los regalos por una cuestión de un poema que estaba revisando. Bueno, luego lo pongo por si alguien quiere leerlo.

Te iba a decir que ya nadie regala nada, que toda persona que entrega algo, por mucha generosidad que alegue, en el fondo siempre espera otro algo a cambio. A veces, ni siquiera es consciente de lo que espera; pero siempre que sucede un regalo, se pone en marcha un trueque.

Como poco uno espera que el regalo se acepte, incluso que se agradezca. Uno espera que a los cumpleañeros les guste la camisa o la corbata, que los se casan no tiren a la basura el horroroso buda de porcelana que se les encasqueta, que busquen corriendo un gran jarrón para poner en mitad del salón el ramo indiscreto.

No se escapan de esta espiral de devoluciones aquellos que, en lugar de comprar, fabrican o inventan sus regalos y ofrecen, por el módico precio de algún gesto de complicidad, poemas recién aliñados, borradores de canciones o retratos al pastel, bufandas de colores digamos que insólitos, bizcochos adornados a lo masterchef... o, simplemente, besos educados y abrazos a media piel.

Pero todos esperan correspondencia. Quizá haya que modificar la palabra, de tanta transacción emocional a la que la sometemos, y encontrar otro término que realmente signifique ofrecer algo de forma completamente desinteresada.

A veces creo que la admiración sí que es desinteresada o, si no lo es completamente, tiene un interés demasiado complicado como para descubrirlo. Y, cuando creo eso, me pongo muy triste al darme cuenta de que puede que el único amor verdadero esté en el fútbol, porque uno sigue siendo de su equipo por mucho que les metan cinco y haya que echar al entrenador.

Habrá quien crea que esa nueva palabra ya existe y que se llama amor, aunque me temo que se equivocan romántica y completamente, pues no hay sentimiento ni acción que reclame con más avidez y menos flexibilidad el hecho de ser correspondido. Quizá, estoy ahora pensando, que mucho más desinteresado es el odio. O el olvido.

Así que creo que sólo puede llamarse regalo a esas personas que nos pasan por la vida de tanto en tanto y nos la despeluznan con un soplo. A esos momentos que nos trae el azar en los que el tiempo se detiene brevemente para crear una eternidad pequeñita que llevarnos a la memoria.

Así que, como te iba diciendo, creo que sólo puede llamarse regalo a todo eso que habremos de echar de menos, un día, después, cuando sea tarde.






Ticket regalo

El mensaje y la tinta
no son inalterables.

En la blanca memoria del papel
el paso agrio del tiempo los desgasta,
los trasluce,
se emborronan.

Su tipografía blanda se resiente
del polvoriento olvido acumulado
sobre el mueble
de la entrada.

Ya no puede leerse la fecha impresa,
desvanecida en puntos arbitrarios,
aunque mis ojos saben
que ese día fue redondo.

El fino suéter que venía en la bolsa
me quedaba demasiado ajustado
y nunca me lo puse
ni lo cambié por otro de otra talla.

Cuando el verano y el invierno se alían
en el zafarrancho de los armarios,
la prenda asoma por su cocodrilo
y nuevamente extraño
el don de tu mirada sobre mí
cuando ayer me lo imaginaste puesto.

Es la prueba tangible
de que una vez, desde tus ojos,
mi cuerpo te pareció tan delgado,
mis palabras tan de tu misma talla,
mi corazón tan tuyo.

Pero ocurre que el cuerpo y las palabras
y el corazón y la fibra
y el mensaje y la tinta
no son inalterables.

(Francisco Pérez, Cosas que se guardan, 2018)

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