Que no

Como te iba diciendo, cada quién es cada quién, sobre todo, cuando le dicen que no.

¿Qué hace la gente cuando le dicen que no?

Unos deshacen maletas, quitan la mano de pierna ajena, dan un paso atrás. Hacen como que no les importa, se quedan cariacontecidos, se hunden, se culpan, se maltratan. Se sienten zumbar las orejas, se tocan la nariz y miran a la distancia, como si allí hubiera un punto en donde confluye toda frustración. Algunos lloran a lágrima viva o, lo que es aún peor, ríen en seco.

Otros gritan, insisten, se exasperan. Intentan imponerse, piden explicaciones, se les ensanchan las aletas de la nariz y sueltan retahílas aprendidas de insultos e imprecaciones. Levantan la mano o la soberbia, dan pasos pesados por la habitación, se ponen a la defensiva.

Hay quienes hacen lo uno deseando hacer lo otro, quienes quieren deshacer la pregunta que hicieron para evitarse el sufrimiento. Los hay que cambian el billete, los que huyen hacia ningún lado, los que cierran el pico y sufren en silencio.

Cuando a mí me dicen que no, que es continuamente, lo cambio por un "quizás" y espero un tiempo antes de volver a repetir la pregunta. Para seguir escuchando el eco del no, al principio con dolor de tímpanos, pero después, el oído se me acostumbra, la memoria olvida el silencio y vuelvo a preguntar con el mismo miedo con el que pregunté la primera vez.

Porque hay quienes se dicen "tú te lo pierdes". Pero yo soy muy consciente de que quien se lo pierde soy yo.

Cuando te dicen que no, ese que sale o que se queda, energúmeno o alfeñique, cabezón o perdedor, ese que te sale por la voz y por la rabia, ese, precisamente ese, no te engañes, ese también eres tú. Quizá el más tú de todos los tus que se puede llegar a ser.

Dime otra vez que no, que no, que no... Dime otra vez que no nos perderemos.






Intento demostrar que existo

Hago y deshago, escribo, pienso, dudo.
Estimo la posibilidad de algún antídoto
contra la soledad infinita de estar encerrado
en una piel que nadie toca,
compendio la necesidad de una cura
contra la nausea de colgar en el vacío.

Recorro una larga lista de pensamientos,
los noto surgir por dentro, hacerme cosquillas
en la punta de la lengua, los oigo
engarzarse en palabras, en sonidos
que quedan a merced del viento.

Qué importa lo que digo, no importa,
yo solo intento demostrar que existo
y en ese pesado devaneo de razonamientos
pasan de largo todos los ojos del mundo,
se entrecruzan las señales del camino
y los semáforos se quedan intermitentes.

No importa lo que digo, ni lo que dudo,
porque después de un instante de discurso
enardecido, sangrando palabras
por la misma boca que se muere
de versos, escucho
al otro lado de la escafandra de este buzo
que alguien me dice con una sonrisa:
-¡Bah, tonterías!

Y entonces sé que existo.

Tal vez un día, puede que alguien
intente demostrar que escribo.


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