El silencio

Entre palabra y palabra, entre nota y nota, siempre hay un silencio. Como te iba diciendo, el silencio es parte del mensaje. Es la parte del mensaje en donde se pone el latido que falta, el espacio que aguarda relleno, el humo que queda por henchir.

La melodía va cambiando y ejerce una especial atracción para los sentidos. Se agria o se endulza, melosamente se restriega sobre el pentagrama de las horas hasta llegar a la niebla.

El ritmo es más insistente, más constante, la invariable del deseo que pulsa cuatro veces cada piel en un sólo compás. Y la armonía es un sueño que, si bien no es silencio, al menos nunca hace ruido.

Pero el silencio es donde se planta la raíz del mensaje siguiente, por donde crece el tronco que queda por abrazar; el silencio es el preludio del porvenir que uno no termina de creer que viene. El silencio nunca está completamente vacío.

Entre beso y beso, entre mano y piel, entre parpadeos de ojos contrarios que se buscan y se esperan, siempre hay un silencio, un silencio lleno del aire que se necesita para insistir. Un silencio de lágrimas rotas o de risas escanciadas en aquellos labios nacidos del sueño. Un silencio como vómito atascado, como ansiedad contenida, como párrafo por el que comenzar el relato de otra vida.

Como te iba diciendo, el silencio es, sencillamente, el anuncio de las siguientes palabras que necesitamos proferir o la barrera que interponemos para no querer oirlas y dejar que se pierdan en el trayecto.

Cuando la piel se traspasa con un roce eléctrico, cuando la memoria rebota cansinamente sobre el mismo pensamiento, cuando el corazón gime goteras, el silencio es esa extraña frontera que nos une y nos separa. Y por eso es siempre un arma de doble filo, una puerta que nadie sabe si sigue entornada. Una ventana que cuando se abre, ya nadie puede cerrar para impedir que entre frío.

Quizá debería pedir perdón por todos mis silencios, por todos mis silencios pasados, presentes y venideros. Pero es que yo sólo construyo silencios para echarlos abajo después, a destiempo, más allá.

Tal vez deba pedir perdón por mis silencios, pero no por el estruendo que se produzca al romperlos. A quienes no les guste mi ruido, les basta con no cogerme el teléfono.





El silencio (II)

El silencio
es un niño que busca flores secas
en el centro de un jardín forastero.
El silencio
está dentro del jardín,
huele en las flores secas,
reverbera en la búsqueda
y abre ojos de niño en la penumbra.

Se bambolea
con un lapso de blanca
al final de cada respuesta tibia.
Pasa un ángel, se dice,
pero solo es el viento
que ocupa su sitio
en todas las conversaciones rotas.

El silencio está en llamas,
la senda al rojo vivo
que hay que cruzar descalzo,
el silencio es la verja
que separa palabras
que nunca nos dijimos.

El silencio es una cierta ventana
que una vez que se abre
ya nunca más se cierra.

(Francisco Pérez, Cosas que se guardan, 2018)

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