Imprecisiones

Como te iba diciendo, yo tenía una edad que ahora me resulta inexplicable, cuando me dibujaron un mundo que se dividía en partes precisas: jónicas, dóricas, corintias, barrocas o góticas, revolucionarias o conservadoras, del Madrid o en su contra...

Recuerdo con cierta nostalgia aquella incredulidad, casi visceral, con la que me oponía a ese desmembramiento, a aquella colección de mariposas pinchadas en un corcho dispuestas en filas y columnas. Y recuerdo también, lo inexplicable, aquello que me golpeaba una y otra vez, ayudado por las hormonas, impidiendo que me rindiera a ese modelo de cara y cruz que me resultaba tan indigesto.

La vida avanzó y yo, como te iba diciendo, la seguí a duras penas, con la lengua fuera y el corazón astillado, por itinerarios que resultaron ser vías y no redes. No puedo quejarme, porque la vida no tiene oficina de reclamaciones, y porque, al fin, yo mismo decidí mi propio desvarío, sobre todo, el interior.

No importa. Porque ahora que tengo una edad tan increíble para aquel entonces y tan difícil de explicar a quienes no la han tenido nunca, sigo viendo difusos los límites de las emociones que me atraviesan, sigo descubriendo colores nuevos en los paisajes que me conmueven, sigo pronunciando palabras inauditas que no consigo que nadie me devuelva intactas.

Pero, como te iba diciendo, hay cosas que sí he resuelto. Sé que es posible que lo distinto y lo asimétrico conformen un equilibrio sencillo. Que los desiguales establecen sin problema su propia armonía inexpugnable. Que lo heterogéneo puede encontrarse en el centro de cualquier concordia.

Somos seres dispares adheridos con una fuerza insólita, insólita al menos para mí. Tenemos naturalezas asíncronas que se abrazan hasta conformar un mundo propio, quiero creer que común. Hemos entendido que dos corazones, aunque no latan acompasados, pueden generar su propia música, bella, original, adictiva... y seguirla escuchando por entre medias de algunas canciones.

Porque las ventajas y los inconvenientes no solo vienen juntos, sino revueltos e inseparables, como te iba diciendo, déjame que siga llamando amor a este modo de soñar tan impreciso, a esta conversación ininterrumpida que a veces se difumina en un beso, a esta manera de dar pasos indefinidos hacia no importa dónde.

Lo llamo amor con la misma esperanza con la que se llama a todas aquellas cosas que nadie ha conseguido definir nunca. Lo llamo amor con el mismo miedo con el que se llama a todas aquellas cosas que nadie ha conseguido controlar nunca. Lo llamo amor con el mismo dolor con el que se llama a todo aquello que algún día se pierde.

Lo llamo amor siendo consciente de todas sus imprecisiones pasadas, presentes y venideras. Y lo llamo amor con la imprecisa intención de convencerte. De convencerte más.