Cada vez más lejos

Como te iba diciendo, cada vez estoy más lejos del mundo, de este mundo que nunca sabré si alguna vez habité y que me va pasando como una retahíla desordenada de parpadeos. Lejos de ese mundo que sólo notaba alrededor cuando tú te empeñabas en descifrarmelo a bocanadas.

Unas veces, la oruga se encierra en el capullo y no quiere salir mariposa porque volar da vértigo, porque las paredes protegen de la lluvia, porque verse frágil es la tentación perfecta. Otras veces, porque se pierde la cabeza y se vive en vuelo rasante sobre un paisaje que, si bien no es sueño ni pesadilla, tiene más de sombra que de víscera.

Como te iba diciendo, yo también desearía volver a perder la cabeza y disfrutar cada roce como una playa perpetua y sufrir cada silencio como un precipicio sin fondo.

Yo también quisiera volver a perder la cabeza y vivir de nuevo y a cámara lenta ese inmenso vacío que te traspasa mientras la pantalla luminosa te anuncia que no tienes ningún correo nuevo. Cambiaría sin pensar todo el desvivir que me quede por otro sinvivir como aquel que recuerdo.

Como te iba diciendo, volvería con gusto a perder la cabeza. Volvería a perderla incluso contigo. Volvería a perderla incluso sabiendo como sé que después de perder la cabeza se recupera, y se recupera con ella un dolor que ya nunca llega a mitigarse del todo.

Volvería a perder la cabeza incluso sabiendo de las brasas y los pies descalzos que tiene el camino de vuelta, cuando dos criaturas pasan de no tener futuro a solo tener un trocito de pasado que se queda extendido sobre la arena y que se pierde por el mismo sitio que los títulos de crédito.

Pero como te iba diciendo, cada vez estoy más lejos del mundo. Veo menos y peor, cada vez me cuesta más cada movimiento. Estoy perdiendo el oído, y no sé si con él también se me están yendo palabras que decirte. Pierdo olfato a paso acelerado, ya ni siquiera reconozco el perfume aquel que rellenaba el universo. Y pierdo memoria (aunque con buen criterio) y pierdo sueño (aunque ya casi no me quejo) y pierdo todos los tactos (especialmente el de las ráfagas y el de los truenos).

¡Qué humor tan peculiar y tan negro tienen los bordes de la vida! Ahora que yo, como te iba diciendo, volvería a perder la cabeza como niño que desenvuelve regalo, lo que estoy perdiendo es el cuerpo.

Perdiendo un cuerpo que, al contrario que la cabeza, ya nunca se vuelve a recuperar.

Por cierto, que el poema encargado ya estaba hecho antes de que nadie lo pidiera. Aunque no es éste, que sólo es otro de los que hice cuando estaba loco y me daba por adivinar el futuro.


NORIA

Al poner el pie en el suelo, desde ese mismo instante, la echó de menos. Sin embargo, le gustó que la tierra le recibiera sin moverse. El estómago agradeció ese momento quedándose quieto dentro de la barriga.

Respiró como si allá arriba hubiese otra clase de aire, más liviano y menos inerte. Pero estaba acabando de comprender, con el primer apoyo en tierra firme, que era un aire amniótico e insustituible.

Se detuvo a parpadear mirando hacia atrás y recordando el vértigo que nublaba la vista, el miedo que le paralizaba los dedos y la asfixia aquella que agrandaba las pupilas. Notó que el corazón había dejado de corretearle cosquillas por el cuerpo y que todo estaba tan extrañamente tranquilo que parecía sueño.

Pero, al mismo poner un pie en el suelo, en el preciso instante en que el sosiego endulzó los vértices del pasado, destapó lo incierto del futuro; y echó tanto de menos todo aquel sinvivir de la barquilla, que deseó volver a subirse.

Yo también cambio la cordura y todo el sosiego que me quede, por otros tres minutos de ticket.

EL JUEGO EN QUE ANDAMOS

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.

Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

(Juan Gelman, El juego en que andamos, 1958)