Nos devora

Como te iba diciendo, nos devora. Y así quedo la conversación suspendida. Hasta que hemos vuelto a hablar de tiempo después.

Como te iba diciendo, el tiempo nos devora y aquí estamos, a punto de recibir otra dentellada sonora a base de campanas.

Parece que somos nosotros, pero son las uvas las que nos toman, como siempre, por sorpresa, casi sin que nos demos cuenta del vértigo con el que pasa la vida y se lo lleva todo. Como si, al volver a mirar a la pantalla -sólo ha sido un instante-, ya no supieramos por dónde va la película, si es que es la misma que estábamos viendo.

Pedimos deseos para el año que llega como un recuento de lo que nos falta, como un inventario de arrugas que estirar, como si domináramos a la fiera mientras nos caza.

Nos concentramos en ese don de la soberbia imposible hasta que, recién nombrados capitanes del barco, descubrimos que no tiene timón y empezamos a notar, como un murmullo lejano, que al fondo del paisaje, en la catarata, a todos nos espera la misma suerte.

Como te iba diciendo, por más atentos que estemos, por más prisa que nos demos, siempre se nos hace tarde muy pronto.

Pero algo hemos aprendido y ya no gastamos energía en desear que venga lo bueno. Sino que pedimos que, lo bueno que venga, mucho o poco, nos encuentre en condiciones de poder disfrutarlo. Que aunque no nos quede mucha cuerda, que nos quede cuerda para rato. Que aunque las cartas estén marcadas y no tengamos buen juego, que todavía nos quede algo que apostar.

Para el año que se va, como para todos los que se fueron, solamente adiós. Y al nuevo solo pedirle, como te iba diciendo, que aún tengamos algo que decir.





Otro año que se va. Los tantos que se fueron
nos dejaron un verbo repetido
con significados diferentes
y el mapa de un tesoro que no está en ningún mapa,
conversaciones lentas y el silencio,
y luces que se apagan y sombras que se encienden,
y el vagar de alma en pena por el alma
de lo que no supimos expresar.

Otro año, mi vida. Y nosotros buscando
la llave que nos cierre la puerta del pasado
para estar en el tiempo,
que nunca es el ayer sino el enigma,
que nunca es regresar sino perderse.

(Felipe Benítez Reyes, La misma luna, 2006)