Esperar

Una niña muy pequeña jugando en una playa de noviembre, una madre leyendo al sol sobre la arena. Unas fotos que inmortalizan el momento, una música que suena mientras las fotos flotan en el plasma y una frase, en una tipografía bastante cursi, que define la sensación: "Que se pare el tiempo".

Pero, como te iba diciendo, el tiempo no se detiene nunca y hay que recoger las toallas y las cremas y salir de todas las playas antes de que el sol se esconda y el frío ocupe el sitio que le corresponde en el calendario. Siempre hay que huir del escenario antes incluso de que la escena termine.

La felicidad es un pez que se escurre de las manos, una pompa de jabón que no resiste nuestro tacto sin romperse en mil pedazos y salpicarnos con sus gotas. No creo que ni la hija ni la madre hubieran previsto la magia de ese momento que después sucedió sin más, porque sí, más allá de todo control.

No sé cuánto dura la felicidad ni la forma en que vendrá a visitarme de tanto en tanto, nadie lo sabe. Una llamada, una foto, una conversación, una canción, una película, un beso, una forma de mirar, una lágrima, un sueño. Nadie lo sabe. Aunque lo que sí sé es que precisamente esa ignorancia que nos mantiene en vilo, con los ojos abiertos a reconocerla, es un regalo de la vida cuyo valor pasa desapercibido.

Porque queremos que venga, que venga ahora, que venga de unas manos en las que la ponemos, como si, la felicidad, estuviese afuera, lejos, escondida entre el devenir del mundo que nos rodea. Creo sin embargo, que la felicidad sucede dentro, que se traduce en un modo particular de mirar las cosas que vemos siempre, en una manera especial de sentir todo eso que ya sentimos con frecuencia.

Pero claro que tiene circunstancias y entorno y condiciones favorables o no. Claro que tiene sujetos y predicados, objetos y lapsos, vísceras y sueño. Nos pasamos la vida intentando provocar que venga, pretendiendo adivinar cómo, cuándo y con quién. Y el tiempo pasa y al final entendemos que siempre llega por sorpresa y que nos pilla sin afeitar, en el sitio más incorrecto, cuando más prisa tenemos porque toca irse hacia la siguiente obligación.

Pero, como te iba diciendo, no estoy de acuerdo en que no haya que esperar nada de nadie. Creo que la felicidad consiste, sobre todo, en esperarla, en hacer malabares mientras nos imaginamos cómo, en planchar la ropa que usaremos cuando llegue.

Y si luego no llega, y si luego llega y se va enseguida, a salir del escenario antes de que se derrumbe sobre nuestras cabezas, a salir de todas las playas con los pies llenos de arena, a recoger los platos rotos de la fiesta. Y a estirarse otra vez el corazón y las sábanas para que, cuando vuelva, no nos note las arrugas.

Como te iba diciendo, la felicidad consiste en esperarla, en imaginar un cómo, en fantasear con el momento, en soñar un con quién. Pero sobre todo, en reconocerla cuando sucede; porque puede estar pasando ahora mismo, en este rectángulo, mientras se escribe o se lee algún manifiesto como este con los ojos entornados, con la memoria incandescente y con la imaginación a todo gas.





Ligeramente acurrucada

A veces te imagino tendida como el horizonte, lejana, distante, inalcanzable.

A veces imagino que estás sentada aquí a mi lado y escucho tu voz claramente alegre discutiendo pequeños detalles de una cena informal en la que no se hace mención expresa al postre que nos asoma por los ojos.

A veces te imagino sacando la mano por la ventanilla y jugando con el viento que te alborota las ganas de hablar y te arremolina los pensamientos. Y me dices que ese no es el cruce, que tiene que ser el siguiente y yo te creo y seguimos viajando y me posas la mano en la rodilla distraidamente, como quien recuerda un acto de amor por sus iniciales.

A veces te imagino con los ojos redondos en el otro extremo de una sala abarrotada de gente que mira cuadros o esculturas. O que llegas cargada de bolsas en las dos manos, con los ojos bajos, como si no quisieras mirar a la cara de una cierta clase de dicha que has encontrado, aunque no estás muy segura de que lo sea.

A veces te imagino callada, desnuda, sobre la cama, ligeramente acurrucada de medio lado, dejando descansar la cabeza sobre tu antebrazo, liberando tu piel de la dictadura del deseo y dejándola esparcirse por entre las sábanas justo hasta el lugar en donde nace tu cabello que se desmelena y se me enreda entre los dedos.

A veces te imagino. Me gusta imaginarte y soy capaz de hacerlo tan bien que, a veces, después de haberte imaginado con todo detalle, tú misma sales convencida de haber estado aquí, a este lado de mis sueños, en este extraño doblez de la felicidad.

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