Septiembre

Como te iba diciendo, es un ejercicio emocional, una declaración que va más allá de las intenciones. Como quienes eligen septiembre para apuntarse a un gimnasio o para comenzar una colección aunque, luego, tal vez más temprano que tarde, la agenda se coma los minutos necesarios y se pierdan fascículos por el camino y la barriga no se afirme.

Como te iba diciendo, se trata de continuar aquí esa interminable conversación que mantenemos desde que nuestra memoria alcanza a mentirnos. Para domesticar al huracán que a veces contenemos a duras penas y que revuelve las palabras y los sentimientos.

Como te iba diciendo, la cuestión es averiguar si, cuando estuvimos locos, es también ahora y es del mismo modo o, acaso, es luego y es también de otro modo más cuerdo.

Como te iba diciendo, es para rellenar los huecos y que no se hagan más grandes, porque quiero imprimir lo volátil y dejar que el vocabulario y el tiempo lo fermenten y llegue el vino hasta los labios.

Como te iba diciendo, es una rendición. Se trata de recuperar una costumbre que intenté perder sin éxito y sin gana. Se trata de aceptar humildemente que estoy hecho de prosa y no de verso, que soy animal de tinta y no de saliva, que, aunque adoro las vísceras, solo me permito perseguir sueños.

Como te iba diciendo, es una cita. Porque la vida es insomnio, necesito inventar una mentira que te fascine y decírtela al oído; aunque quizás te suene a palabras de otro. Porque las cosas que se guardan en un cajón duran más de una mudanza.

Como te iba diciendo, es otro blog en el que me meto. Porque hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que soy incapaz de escribir todo eso que no me lees.



ESTE ES UN AMOR

Éste es un amor que tuvo su origen
y en un principio no era sino un poco de miedo
y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto.

Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos,
un amor que tiene a su voz como ángel y bandera,
un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo,
un amor que no tiene remedio, ni salvación
ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía.

Éste es un amor rodeado de jardines y de luces
y de la nieve de una montaña de febrero
y del ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San Ángel
y de todo lo que no se sabe, porque nunca se sabe
por qué llega el amor y luego las manos
-esas terribles manos delgadas como el pensamiento-
se entrelazan y un suave sudor de -otra vez- miedo,
brilla como las perlas abandonadas
y sigue brillando aún cuando el beso, los besos,
los miles y millones de besos se parecen al fuego
y se parecen a la derrota y al triunfo
y a todo lo que parece poesía -y es poesía.

Ésta es la historia de un amor con oscuros y tiernos orígenes:

vino como unas alas de paloma y la paloma no tenía ojos
y nosotros nos veíamos a lo largo de los ríos
y a lo ancho de los países
y las distancias eran como inmensos océanos
y tan breves como una sonrisa sin luz
y sin embargo ella me tendía la mano y yo tocaba su piel llena de gracia
y me sumergía en sus ojos en llamas
y me moría a su lado y respiraba como un árbol despedazado
y entonces me olvidaba de mi nombre
y del maldito nombre de las cosas y de las flores
y quería gritar y gritarle al oído que la amaba
y que yo ya no tenía corazón para amarla
sino tan sólo una inquietud del tamaño del cielo
y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma de la mano.
Y yo veía que todo estaba en sus ojos -otra vez ese mar-,
ese mal, esa peligrosa bondad,
ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe
y que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta los hombros,
hasta el alma y hasta los mustios labios.
Ya lo saben sus ojos y ya lo sabe el espléndido metal de sus muslos,
ya lo saben las fotografías y las calles
y ya lo saben las palabras -y las palabras y las calles y las fotografías
ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos
y que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos el alma
y no llorar de amor.

(Efraín Huerta)

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