Ciento sesenta minutos

Como te iba diciendo, me quedan ciento sesenta minutos.

¡Qué extraño saberlo! La maquina te lo dice con una precisión imperturbable. Y una vez que se sabe, es imposible que no salte una alarma, es imposible no empezar una cuenta atrás meticulosa que a ratos se confunde con una cuenta hacia delante imaginaria.

Porque tengo el síndrome de las croquetas, no puedo evitar hacer conjeturas con los repartos. De tres en tres minutos, a razón de veinte al mes, me quedan tres meses o hasta fin de año, lo que suceda antes, para retomar los hilos que aún ni siquiera sé si quedarán pendientes.

Lo primero que he pensado es en los finales. Yo sé, y tú también sabes, que nada dura para siempre, es un conocimiento que, pasados unos años de vida se va incorporando a nuestra manera de ver el mundo hasta que se convierte en certeza. Pero tener acotada la fecha última produce una sensación aún más terrible de indefensión, porque no nos permite eludir la pregunta más importante: ¿para qué?

Y en esas estaba cuando, de repente me he sorprendido pensando en lo corto, en la escasez, en lo poco que me parece la cifra. Da la sensación al pronunciarla de que esconde un truco perverso, que no puede quedar el porvenir tan cercano, que por muy rápido que escriba, voy a dejar muchas cosas sin imaginar, muchos yos sin poder ser inventados, muchas palabras sin decir.

Más tarde, no sé, derroteros impredecibles de la mente, he pensado en lo contrario. Tanto tiempo y yo tan callado, tan pesado, tan concentrado en arrastrar una carga de tan poco valor... Ciento sesenta minutos son muchos para que alguien los reciba a bocajarro, para que cualquiera se canse de tantos pensamientos arbitrarios que ir contando, para que la persona más paciente del mundo pierda su epíteto y quiera silencio para dormir tranquilamente.

En este momento, ya más tranquilo, he decidido hacer lo que siempre hago, lo que me pide el cuerpo: huir hacia ahora. Y pensar en este poema, en esta película, en esta playa, en este párrafo, en esta palabra, que no es exactamente la que quería decir pero es que no se me ocurre otra mejor.

Meter el reloj en un cajón, abrir una cerveza y seguir inventando mentiras que me hagan olvidar, me temo que sin éxito, los ciento cincuenta y siete minutos que me quedan.





CERO

Mi saldo disminuye cada día
qué digo cada día
cada minuto cada
bocanada de aire

muevo mis dedos como si pudieran
atrapar o atraparme
pero mi saldo disminuye
muevo mis ojos como si pudieran
entender o entenderme
pero mi saldo disminuye
muevo mis pies cual si pudieran
acarrear o acarrearme
pero mi saldo disminuye

mi saldo disminuye cada día
qué digo cada día
cada minuto cada
bocanada de aire

y todo porque ese
compinche de la muerte
el cero
está esperando

(Mario Benedetti)

2 comentarios:

  1. Cómo calcular eso??? Y si luego son 1600? Eso no varía nunca?

    Me temo que sí. Incluso puede que 16.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo dice la maquinita que guarda y distribuye mi voz. Para tener más tiempo (que curiosa analogía la de los blogs con la vida) hay que hacerse PREMIUM.

      Eliminar