Animales de compañía

Como te iba diciendo, este es el tiempo de las mascotas.

Porque todo nos lo inventamos, porque nos inventamos todos, preferimos aferrarnos a cualquier clase de amor desigual que podamos agenciarnos.

Digo desigual porque huimos de la renuncia como de la peste, porque preferimos que nos lo digan todo con los ojos en vez de escuchar sus malhumores y tener que razonar con ellos un acuerdo de mínimos.

Uno cree que por sacarlo de la calle, de la protectora de animales o de debajo de un puente, ya van a querernos sin fisuras. Que si les damos de comer pechuga de pavo o atún rojo estarán más contentos con nosotros, si cabe. Que somos lo mejor que les ha pasado en la vida.

Pero queremos que no ladren a deshoras, que no se escapen por las noches, que no se queden preñados si no hay pedigrí que lo aconseje y que nunca hagan de las suyas en el salón. Y no importa si les hablamos chuchichando, que ellos chaben que chon lo que más queremos en el mundo ¿A que chí?

Y cada gesto que hacen nos da toda la razón que ya sabíamos que teníamos: nos quieren incondicionalmente; y si nos esperan inmóviles más allá del ataud no es por costumbre, no es porque hemos reventado sus instintos hasta que dejan de tenerlos, no es porque viven sometidos al urbanismo de nuestro piso, sino porque nos aman inmensamente, con una fidelidad infinita que nos hace rebosar el corazón de autocomplacencia.

Ocurre que esta época se extiende más allá del reino animal y queremos amores desiguales. Y amamos a los niños y a los ancianos, sobre todo si llevan nuestra misma sangre, porque podemos darles de comer pechuga de pavo. Como preferimos tener amantes, sobre todo si nos aseguramos que no van a hacer de las suyas en nuestro salón y que no van a ladrar a deshoras. Y si se escapan por las noches, si se atreven a venir preñados, ni pedigrí, ni pollas. Mejor solos que mal acompañados.

Preferimos tener aquello que podemos dejar sin riesgo, sin que nos pase más factura que un mal rato de conversación con la amistad oportuna que venga a rescatarnos del entuerto.

Estamos preparados para terminar antes siquiera de haber empezado. En lugar de amor, preferimos tener mascotas y luchar por su derechos. No necesitan agradecernoslo, ya nos damos nosotros por agradecidos. Al fin y al cabo, somos lo mejor que les ha pasado en la vida.



Animales de compañía

ellos no, nunca atacan,
tan solo se defienden.
Está en su naturaleza.

¡Uno los ama tanto!
Los acaricias, les mesas el pelo,
los abrazas a corazón abierto,
los metes en tu vida
y todo te lo cambian.

Ellos no lo hacen adrede,
no pueden evitar la genética
y cuando uno, que tanto los ama,
intenta, mansamente, con cariño,
que hagan lo que tú quieres,
cuando los cambias de sitio
o de costumbres,
te arañan sin saberlo,
te pican sin maldad,
te muerden sin intención.

Es por eso
que estas marcas moradas,
ya casi verdes, que andan dispersas
entre mis versos,
estas marcas como de dientes
horadadas en mis poemas
no son culpa suya.

¡Uno los ama tanto!
Ellos no lo hacen adrede.
Es que cuando intentas
que hagan lo que tú quieres,
cuando los cambias de sitio
o de costumbres,
los recuerdos arañan,
los sueños pican,
los desamores muerden.

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