Un día cualquiera

Como te iba diciendo, puede que al levantarme mañana, no sea mañana, sino otro día cualquiera. Un día distinto, con otros guiños, con otras palabras, con otros cuerpos.

No es un milagro tan difícil, me ocurre muy a menudo. Porque a menudo espero que mañana sea ese día exacto y no una antesala de las muchas que tienen las habitaciones de una vida.

Pero siempre que espero que mañana sea ese día, al levantarme, me encuentro con que el calendario me ofrece otro día de cuerpo adyacente, otro día de relojes que no se sincronizan y otro desesperante interludio de gente que se agolpa en los umbrales de cada puerta entrebierta a la que me asomo.

A veces parece un futuro lejano imposible de conjugar o un pasado sin participio, y me deja haciendo piruetas en el aire cuando espero que mañana sea el día y, sin embargo, siempre es otro el que aparece.

Y cuando es otro día cualquiera y no el que esperaba, reflexiono aire al levantarme de la cama, divido el agua en dos partes iguales con el cuerpo, añado esperanza al café en vez de azúcar y me voy fumando los planes que no se cumplirán hasta que el coche arranca y me lleva de visita por el mundo.

Entonces, adormilado todavía, me extrañan los buenos días que insisten en que nada es diferente, entiendo la broma universal que me está gastando el azar y asumo que tengo que esperar otro día más.

Pero, si es verdad que nunca tuve prisa, como te iba diciendo, también es cierto que ahora ya no tengo miedo. Ni tan siquiera me queda el miedo a que nunca llegue ese día y, como posiblemente suceda mañana, siempre sea otro día cualquiera el que esté por(-)venir.



Propulsión

Nadie escoge el hueco, el hambre de los dedos,
la sed inacabable de mirar por las ventanas
para concentrar la resonancia del futuro.

Nadie escoge sentirse árido, torpe, abyecto,
susurrarse trayectos que caen en el desconsuelo,
tenderse sobre la cama de las legañas
doblándose al dolor de unos labios nómadas
y en el vilo de corazones ajenos.

Nadie escoge el hueco, la grieta,
no se dejan ignorar las fieras y el tumulto,
el rigor que aprieta el nudo sobre el cuello,
las horas a las que se paraliza el ímpetu.

Pero tenemos que sembrar de sangre fría
la mirada propia, arrojarnos sin red a la vida,
saludar al fogonazo de la esperanza,
extender las otras manos vacías al aliento,
conservar entornado el destino, apaciguar el miedo,
desdeñar la mochila de andarse por las ramas.

Porque nadie escoge el hueco, tenemos
que abandonar los retales de toda sombra,
propulsarnos hacia la luz esquiva de otro sueño,
arder en los otros viajeros que transitan,
y andar con los ojos abiertos,
porque tampoco nadie sabe
el camino exacto de los encuentros,
pero siempre ocurren a la vuelta de una esquina.

(La vida es insomnio, 2012)

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